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El fútbol en Brasil, antes del Mundial de 1930, era cosa de muchachos blancos y ricos, mientras que los negros no tenían derecho a nada.
Cuenta una historia, publicada en el museo del estadio Pacaembú de San Pablo, que el fútbol brasileño nació en verdad por 1934, cuando el primer negro entró a una cancha, ya que los hombres de «color» no eran tomados en cuenta por ningún equipo, debido a que el fútbol era disputado por miembros de clubes, especialmente de regatas, y por estudiantes universitarios.
Un día, un equipo de San Pablo iba a jugar un clásico, y hartos de caer ante su acérrimo rival, se les ocurrió inscribir a un jugador negro, que sabían que era un verdadero crack; el reglamento no contemplaba etnia, por lo que el capitán del equipo decidió llevarlo a disputar el juego.
Al ver un jugador negro, el capitán del equipo adversario protestó airadamente, solo que el referí le dijo que el reglamento no contemplaba ni etnia, ni religión, por lo que el jugador estaba habilitado para disputar la contienda.
El equipo del moreno jugador ganó caminando con una actuación descollante del jugador de ancestros afro, lo que generó ira en el conjunto derrotado, que siempre ganaba los clásicos.
Hubo revancha al poco tiempo, solo que el equipo perdedor dobló la apuesta al llevar a 4 negros, contra solo uno de su innovador adversario, por lo que el equipo «papá» ganó sin problemas.
Los demás equipos, al ver la calidad de juego de los negros, comenzaron a reforzase con ellos, y ahí es cuando el fútbol comenzó a arraigarse en las clases bajas, popularizando a este deporte en Brasil.
En Argentina y Uruguay el balompié era popular desde 1890, por lo que los hermanos brasileños llegaron algo tarde.
@lostribuneros
