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Acá en Argentina paso inadvertido, pero quienes no me la han perdonado jamás son los de la vereda de enfrente. Es que soy un brasilero de «agua dulce» nacido un 16 de julio, el día del «Maracanazo».
No era fácil ser «botija, pibe, gurí o piá», como más te guste, en Uruguay, y que no falte el que me diga «cumplís el día del Maracanazo», algo que, sinceramente, me llenaba y llena de orgullo. La gente en mi viejo barrio Palermo ya sabía que yo soy más uruguayo que Gardel (sí, porteño ¡que Gardel!) y me fascinaba jugar a la pelota todo el día, soñando con algún día ser el capitán de El Tanque Sisley y ganar la Copa Libertadores con el fusionado lindo de mi corazón.
Jugábamos partidos de fútbol en la calle Santiago de Chile, en el corazón de Palermo, era en la vereda y en la propia calle, y teníamos especial cuidado cuando la gente pasaba.
El grito «gente» era sagrado y había que parar la pelota con la mano, cada uno debía quedarse en el mismo lugar inmóvil, cuando la persona pasaba ¡a reanudar!. Cuando pasaba un auto corríamos todos para la vereda, tras el paso del mismo con un pique lo arreglábamos, para que la redonda siga girando.
Un día pasó una veterano semi calvo de cabellos blancos, lo dejamos pasar porque se trataba de una persona mayor, otro señor que lo cruzó lo saludó al pasar y nos dijo «¿Botijas, saben quién es ese señor?» lo miramos con curiosidad y le dijimos «Ni idea».
El hombre nos dijo «William Martínez ¿saben quién es?» sinceramente, con 14 años que teníamos sabíamos quien era, solo que no lo reconocimos, lo que sabíamos de él era por revistas en blanco y negro, con otra fisionomía.
Corrimos hacia él y le hicimos un cortejo, comenzamos a aplaudirlo con respeto y admiración. El hombre sonrió y se mostró emocionado.
Hoy, además de yo cumplir 25 años (de cronista, je) los hermanos del país que me vio crecer celebran 64 de la mayor hazaña del fútbol mundial: el Maracanazo.
Marcelinho Witteczeck
@lostribuneros
